6 de octubre de 2024

Restaurante San Matías. Con nosotros desde 1966.

Siempre he sido un gran fan de la película Regreso al Futuro. Como todo el mundo sabe, en la historia que cuenta, Marty McFly a bordo de la máquina del tiempo que Doc ha construido en un DeLorean, viaja al pasado donde revive la historia de amor de sus padres con él mismo como protagonista.
Desde niño he soñado con poder moverme entre líneas temporales igual que lo hacía Marty. Si tuviera en mi poder un DeLorean, uno de mis primeros destinos sería el año 1966. En ese año en concreto, Los Beatles triunfaban en todo el mundo con Yellow Submarine, Sergio Leone estrenaba en cines «El bueno, el feo y el malo», el Real Madrid conquistaba su sexta copa de Europa y aquí, en Aluche, el restaurante San Matías abría sus puertas.


Aprovechando el puente de la Constitución, no podía dejar pasar la oportunidad de acercarme a comer a San Matías, el clásico entre los clásicos de la restauración de nuestro barrio. Es una reseña objetivamente difícil para mi, pues es un sitio que he visitado infinidad de veces en mi vida y al cual tengo especial cariño.


Hoy en día San Matías ha dejado atrás su antigua carta y se ha transformado en un restaurante con una oferta gastronómica que se limita a menús diarios y meriendas. El precio del menú de lunes a viernes tiene un coste de 15 euros y el de los sábados, 26 euros. Como siempre tratamos de degustar lo mejor, allá que nos dirigimos durante el fin de semana mis siete compinches y yo.


En primer lugar no podía dejar de ser fiel a mi aperitivo previo. Un doble de cerveza perfectamente tirado en los preciosos grifos que adornan la barra, acompañado de la tapa cortesía de la casa que me dieron a elegir entre paella o patatas al ajillo. Como conozco de sobra lo ricas que son esas patatas, no tuve duda en mi elección.


Una vez nos sentamos en la mesa, pudimos echar un vistazo al menú que nos proponían para ese día.


Me decidí por los mejillones bouchot, que llegaron presentados en un gran plato y abiertos al vapor sin más florituras que un par de gajos de limón. Como detalle, pusieron a nuestro alcance un pequeño cubito en el que poder ir dejando las conchas de los mejillones para comer de forma más cómoda.
Debo decir que nunca había probado esta variedad de mejillón, sensiblemente más pequeño que el gallego. Su sabor es prácticamente idéntico y únicamente varía el tamaño. Plato entretenido de comer, parecía que estuviéramos pelando pipas de mar, como bien nos apuntó la camarera que nos atendió.


Aprovechando la generosidad de mis compinches, también pude probar alguno de los demás primeros platos por los que se decantaron.
Las empanadillas de atún y verduras llegaron calentitas, rellenas a rebosar y con un bonito dorado exterior. El atún, de evidente calidad, tenía muchísimo más protagonismo y presencia que las verduras, lo que hizo que el interior quedase ligeramente seco. Aún así, un resultado muy agradable en boca.


Una vez más mi torpeza a la hora de registrar todos los platos me deja en evidencia. La ensalada de pimientos asados y ventresca quedó sin su merecida fotografía. Los pimientos, horneados de forma casera, bien pelados y acompañados por una generosa cantidad de ventresca, son uno de esos platos en los que el producto lo es todo, y en este caso, la calidad era inmejorable.


Los champiñones gratinados son una de esas opciones muy agradables para entrar en calor. Frescos, con el jamón ligeramente tostado y crujiente y una bechamel tan líquida que al probarlos pensé que se trataba de nata, fueron muy aplaudidos por el compinche que los pidió.


Las compinches más pequeñas, compartieron un plato de galets con tomate y gratinados. No tuve oportunidad de probarlos, aunque me llamó la atención el tamaño de la pasta, pues siempre había considerado que el galet con el que hacen la famosa sopa de Navidad catalana es de gran tamaño, lo que permite rellenarlo casi como si se tratara de un canelón. En este caso eran pequeños, tipo «tiburón» o «codito» y lo cierto es que mis pequeñas acompañantes no tuvieron tantos miramientos como yo a la hora de analizarlo. Devoraron el plato y se ocuparon de rascar hasta la última hebra de queso gratinado que hubiera quedado pegada a la fuente.


Por último, y dado que había croquetas en el menú, mi fuerte adicción hacia esta comida me hizo pedir una ración aparte. En forma de bolas de mediano tamaño y con un rebozado tipo panko, el interior de la croqueta es el más líquido que me he encontrado hasta la fecha. Con un jamón de calidad, el sabor era de sobresaliente. Sin embargo, la capa exterior de la croqueta es extremadamente gruesa, lo que hace que parezca más un buñuelo crujiente con un corazón líquido de croqueta. Muy ricas en general, pero sinceramente mejorables.


Para los segundos platos hubo prácticamente unanimidad en la decisión. Salvo dos valientes que nos decidimos por probar el rabo de ternera, muy recomendado previamente por el gerente del restaurante y apuntando que su rabo era uno de los mejores que se podían probar en el barrio (lo prometido es deuda, Luis), el resto de compinches se lanzaron de cabeza al entrecot de ternera a la brasa.


Como tuvieron la generosidad de darme a probar el entrecot, puedo decir que es el mejor que he comido en mucho tiempo. Una ternera que por fin sabe a ternera, con un muy buen punto de cocción y ese aroma a brasa que solo es capaz de mejorar una buena carne. Tierna, jugosa y sabrosa, no se puede pedir más. Si además se acompaña de unas patatas recién fritas, ya tenemos justificación para pagar el precio del menú.


En cuanto al rabo, en el menú se decía que estaba guisado con verduras y vino tinto. Aquí voy a ser un poco más crítico, pues estamos hablando de uno de mis platos favoritos y creo que a este guiso le faltaban varios detalles por pulir. En primer lugar las verduras, muy picadas en brunoise, ofrecían una ligera resistencia a la mordida. No estaban duras, pero a mi gusto es más agradable que, en un guiso de estas características, casi se deshagan en la boca.
El vino tinto, salvo en el nombre del plato, no lo detecté en ningún momento. La salsa era clara, prácticamente transparente y de sabor más parecido al que puede llegar a aportar un vino blanco.
La carne, ingrediente fundamental del guiso, sí estaba muy lograda. Tierna, melosa y bien sazonada, se deshacía perfectamente y se separaba del hueso sin ningún esfuerzo. En definitiva, un plato rico, pero con matices y cierto margen de mejora.


Para los postres, todos caseros, pedimos una buena variedad que incluyó flan de huevo, tarta de queso, crema de chocolate con nata y tarta de nutella. Todos muy correctos, en especial la tarta de nutella, templada al estilo brownie y deliciosa en el punto de cacao.


La cuenta final no tiene mucho misterio al tratarse de un menú cerrado. 26 euros por persona con la excepción del medio menú que pedimos para la compinche más pequeña, hicieron un total de 196 euros. Como detalle, la casa nos invitó a los cafés y chupitos de licor.


Dentro de apenas cinco años, San Matías celebrará su 60 aniversario. Espero poder celebrarlo con ellos y que sean muchos más. Ganas me dan de subirme nuevamente al DeLorean para echar un vistazo a lo que les depara el futuro, aunque con el buen trabajo que realizan, su atención familiar y el mimo con el que seleccionan el producto que sirven, estoy seguro que seguirán con nosotros muchos años más.

Tipo de comida: Española.

Dónde: Calle Illescas, 57

Teléfono: 915181073

Web: https://www.facebook.com/sanmatiasaluche/

Precio medio: 15 – 24 €

Terraza:

Valoración: 7.5/10

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