27 de julio de 2024

JumiRosa. Todo un año para mejorar.

Soy una persona muy poco original. La llegada de un nuevo año me la tomo siempre como un pequeño reseteo en la vida, que nos da la oportunidad de empezar casi de cero en cualquiera de nuestras metas. Para mí, que llevo más de la mitad de mi existencia con sobrepreso, mi propósito anual y que nunca se cumple, es ponerme a dieta. Pero amigos, ¿qué sería de este blog si su creador dejase a un lado los manjares aluchenses y se dedicara en exclusiva a las judías verdes y el repollo? Gracias a vosotros, lectores, ahora tengo excusa para pecar semana tras semana con el sentimiento de culpabilidad un poquito más escondido. Eso sí, prometo que este año habrá más carga deportiva para compensar. Pero de momento… ¡vamos a comer!


Llega el turno de visitar JumiRosa, uno de los restaurantes clásicos del barrio.


Disponen de una pequeña terraza cubierta frente a la entrada del local, que cuenta con una barra en forma de U, perfecta para tapear y que es la antesala del comedor.
Al llegar me encontré a los camareros comiendo, algo habitual antes de un servicio. Pregunté por mi reserva y me dijeron que todavía faltaban cinco minutos para la hora acordada. Sin más explicaciones, siguieron con su comida y me dejaron en la barra sin indicarme si estaban preparando la mesa ni el tiempo que debía esperar.
Estos detalles me saben muy mal y demuestran muy poca consideración por el cliente, pero me puse en modo zen, me fui a un extremo de la barra y pedí una cerveza para hacer tiempo hasta que llegaran mis nueve compinches. Como tapa, un pinchito de tortilla, finita y cuajada al máximo, lo justo para ir apaciguando el hambre.


Fueron llegando poco a poco todos los compinches hasta que juntamos diez personas en el extremo de la barra. Llegados a este punto, el camarero nos dijo que estaríamos más cómodos en la mesa, que éramos muchos. Todo esto con gestos nerviosos y apremiantes. Aproveché para decirle que todavía estaba esperando a que me dijese que nuestra mesa estaba preparada y podíamos entrar al salón, pero no hubo explicaciones o disculpas al respecto.


Nos acomodamos en nuestra mesa y revisamos la amplia carta que, además de los platos habituales, ofrecía también un menú especial de sábado. El camarero nos recomendó pedir cochinillo, que según nos dijo estaba recién hecho.


Después de un rato evaluando las opciones, vivimos una situación un tanto surrealista con el camarero que se resume en lo siguiente: de los platos que escogimos de la carta, no tenían rabo de toro, Jipis, mollejas, alcachofas confitadas ni berenjenas fritas.
Puedo entender que, en un momento dado, falten uno o dos platos, pero cinco me parece algo excesivo, sobre todo teniendo en cuenta que estamos en plena temporada de alcachofa y que una berenjena no es un producto de lujo ni raro de tener en una cocina. «Estáis sembrados», nos llegó a decir el camarero con el último plato que no nos pudo ofrecer.
A estas alturas mi modo zen ya estaba llegando a un límite difícil de mantener. Cualquier restaurante puede tener un mal día, pero la actitud del personal estaba dejando mucho que desear.

Pedimos una pimentada con ventresca para empezar. Lo que nos sirvieron fue un plato con tiras de pimiento sacadas de una conserva y unas migas de algo que, desde luego, no era ventresca. Decorando el plato, unas rodajas de huevo duro, unas hojas verdes y un cordón de vinagre balsámico que deberían prohibir en todos los restaurantes que lo siguen utilizando.


Continuamos acto seguido con unas setas empanadas con alioli. Este plato sí merece mucho la pena, con unas setas muy logradas, crujientes y recién fritas.


Elegimos también unas patatas bravas en las que destacaba muy positivamente la salsa, a base de pimentón y bien emulsionada. Por desgracia, las patatas en sí no valían gran cosa, con una fritura deficiente y probablemente realizada en dos tiempos, dándole una textura poco agradable.


Nos llegaron a la mesa unos mejillones al vapor que en la carta vienen descritos como «mejillones a la brasa». De buen tamaño, frescos y con un buen punto de cocción, habrían sido perfectos de no ser porque no había ni rastro de la prometida brasa en su sabor o aroma.


No podía faltar otro de los platos clásicos, como la oreja a la plancha. Bien crujiente, melosa por dentro y acompañada de la misma salsa brava de las patatas, servida en un cuenquito aparte. Muy bien.


Para finalizar el apartado de entrantes, unos boquerones fritos. Frescos, tiesitos, poco enharinados y bien fritos. Pecaban, eso sí, de sosos y poco sabrosos.


Para los platos principales, nos decidimos por pedir los que se ofrecían en el menú del día.


El tan recomendado cochinillo llegó a la mesa con aspecto de haber sido recalentado. El corte exterior, reseco y con un aspecto poco atractivo, al igual que las patatas de la guarnición, servidas con restos de carbonilla de un aceite que ha vivido muchas frituras.
El cochinillo, pese al recalentado, no estaba mal, jugoso en su interior y con la piel crujiente.


Hubo dos personas que eligieron lomo alto y lomo bajo, pero lo que recibieron fue una pieza similar de carne que el propio camarero fue incapaz de distinguir. Por el aspecto, ambos parecían lomos bajos o entrecots. En el tiquet, los dos vienen diferenciados como alto y bajo, pero se cobran al mismo precio. Otro detalle extraño.
La carne en sí, estaba bien. Cocinada al punto, jugosa, tierna y con buen sabor.


El cachopo de ternera, con un buen rebozado, fino y crujiente, fue de lo más recomendable. El relleno, con un queso de barra y un jamón muy común, habría agradecido algo más de potencia, pero la carne era tierna y con un grosor adecuado.


Por último, el solomillo de cerdo ibérico a la pimienta. Un solomillo abierto a la larga, que ni por asomo era ibérico y que estaba totalmente cubierto de una salsa a base de nata que tapaba por completo el sabor y el aspecto de la pieza. Para rematar, el famoso cordón de balsámico «adornando» el plato.


Llegados a este punto, mi modo zen seguía activo, no así el de mis compinches que se negaron a tomar postre o café después del desarrollo que había tenido la comida.


Pedimos la cuenta, que tuvo un importe final de 231.60 euros a repartir entre diez comensales.


Me cuesta mucho escribir reseñas de este tipo. No quiero ser duro, pero tampoco puedo dejar de ser sincero y lo cierto es que este no fue un buen día para JumiRosa. Hubo platos, como los mejillones o el entrecot, que eran de una calidad y ejecución correcta, pero no se correspondían con lo que se había pedido. También penaliza mucho tener una carta en la que no puedes servir al cliente el 30% de los platos que te piden.
Creo que nuestra percepción final no habría sido tan negativa si la atención hubiera sido algo más profesional y sobre todo, más honesta con el producto que nos ofrecieron y sirvieron.


Tipo de comida: Española.

Dónde: Calle de Illescas, 64

Teléfono: 917190323

Web: https://jumirosa.es/

Precio medio: 20 €

Terraza: Sí.

Valoración: 4.5/10

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