Cuando hablamos de restaurantes que no conocemos, lo normal es acudir a los sabios consejos de nuestros familiares, amigos, conocidos… o inevitablemente, internet. Esto último es un arma de doble filo, porque a menudo nos encontramos con opiniones extremistas para lo bueno y para lo malo. Por eso, cuando vemos que un negocio de restauración en Aluche se cuela entre los 60 mejor valorados de Madrid por Tripadvisor, nos invade la sorpresa y el escepticismo. ¿Será merecedor de esa posición?
Eiffel es un restaurante familiar que lleva con nosotros desde 1972 ofreciendo una carta de comida casera y tradicional. Dispone de dos salones modernamente decorados, lo que contrasta con el espacio dedicado a la barra, con azulejos que probablemente datan del mismo día de su inauguración. También tiene una amplia y sombreada terraza en la que, como es normal en estos días calurosos, reservé una mesa para mis siete acompañantes y un servidor.
Como ya es habitual, antes de empezar a comer, pedí una bebida a modo de aperitivo. Me ofrecieron una extensa carta de cervezas entre las que escogí una IPA de Cruzcampo. Como tapa, me pusieron un sencillo sandwich de jamón y queso acompañado de patatas fritas.
Lo primero que llama la atención al sentarse en la mesa, es el buen detalle que han tenido al imprimir en cada una de las servilletas el código QR con el que acceder a la carta. Esto nos evita tener que estar pasando los teléfonos de un lado a otro, levantándonos o pidiendo a otra persona que nos envíe el enlace. Comodidad ante todo.
A medida que fueron llegando mis compinches y pidiendo más bebidas, pusieron tapas para todos los comensales, independientemente de que hubieran pedido o no una consumición en esa ronda. Un detalle de generosidad que no suelen tener en todas partes.
Después de estudiar brevemente la carta y decidir lo que queríamos probar, nos tomaron nota, no sin que antes preguntase a la camarera cuál es el plato del que se sienten más orgullosos en el restaurante. Su respuesta fue automática y sin rodeos: Rabo de toro.
Sea pues. Pediremos rabo de toro y unas cuantas cosas más.
Cabe destacar que la carta dispone de una amplia oferta para celiacos, con varios platos que se pueden preparar con y sin gluten. Además, el resto de alérgenos están correctamente identificados en cada uno de los susodichos platos.
Lo primero que llegó a la mesa fueron las patatas con dos salsas. Una patata casera, aparentemente frita con un aceite algo bajo de temperatura, que no llega a quedar crujiente y quizá coge demasiada grasa. La salsa de tomate es casera, con especias y ligeramente picante. La mahonesa, aunque no me atrevo a decir que sea industrial, tiene un sabor extremadamente parecido.
A continuación probamos la gamba rebozada, muy bien presentada con un rebozado salpicado de palomitas de maíz y con una ligera mahonesa de wasabi que sirve más como decoración que como acompañamiento. El rebozado es grueso y pesado, con un resultado algo grasiento. La gamba en sí, (yo diría que gambón) no tiene mal sabor pero queda con una textura ligeramente pastosa por la sobrecocción en el momento de la fritura. El resultado final no es del todo malo, pero sí un poquito decepcionante por lo llamativo de la presentación.
Acto seguido nos presentaron unos bocaditos de cabrales coronados con cebolla caramelizada. Son unas minicroquetas con poco sabor a queso, una masa bastante consistente y un rebozado que, una vez más, había absorbido más aceite del necesario. Para mi gusto, una tapa muy prescindible.
La tapa estrella del restaurante es el trampantojo de Ferrero Rocher, una bola de ligera bechamel con bonito, cubierta de almendra picada a la que «pintan» con un bonito color dorado. Se sirve acompañada de una mermelada casera de pimiento, realmente deliciosa. Una tapa curiosa y bien presentada, aunque no deja de ser una «croqueta» rebozada en almendra.
Entre las recomendaciones del día, que no están fijas en la carta, tenían unas migas con huevo frito a las cuales no nos pudimos resisitir. Y damos gracias a ello, porque estaban realmente ricas, muy sueltas y blanditas, salpicadas con pequeños trozos de chistorra y escoltadas por un par de buenos huevos fritos. Sencillez máxima, placer máximo.
Pedimos también unas croquetas de jamón. Con una guarnición de pimientos tipo Padrón (o Gernika), esta vez sí, la fritura estaba perfecta, con un bonito color dorado, crujiente y sin exceso de grasa. El interior, muy cremoso sin llegar a estar líquido y con unos diminutos trozos de jamón que aportaban, eso sí, muy poco sabor. Por supuesto, de elaboración casera.
Entrando en cosas más serias, se nos presentó un inmenso cachopo de ternera relleno de cecina y queso manchego. Muy bien acompañado de patatas fritas caseras, algún que otro pimiento y la misma salsa que acompañó a la ración de patatas con la que abrimos el festín, esta vez dibujando una torre Eiffel en el plato.
El rebozado, de pan grueso, quedó crujiente y ligero de grasa. La carne muy tierna y sabrosa, algo que por desgracia, no eran la cecina y el queso de su interior, bastante poco potentes en su sabor. Un plato que rozó el sobresaliente y que, quizá con un poco más de relleno, habría ganado en intensidad y equilibrio.
Nos trajeron a continuación un solomillo de cerdo con salsa de setas y montado sobre hojaldre. La carne, de buena calidad y en un punto de cocción óptimo. La salsa, inofensiva al paladar, no dice mucho, con una mezcla de setas congeladas que adornan más que otra cosa. El hojaldre, siendo algo que está rico de por sí, tampoco aporta mejoría al plato.
Llegamos por fin a la joya de la corona del restaurante. El rabo de toro del que se sienten tan orgullosos. Pues bien, tengo que decir que su orgullo está plenamente justificado. No solo es un plato que está rico. Para mi, es el mejor rabo de toro estofado que he comido en mi vida, y garantizo que por mi mesa han pasado unos cuantos.
La carne, melosa y tierna, se despega sin ningún tipo de dificultad del hueso. Las patatas fritas que lo acompañan, caseras y recién hechas, son un verdadero manjar cuando se empapan ligeramente con la salsa. Una salsa que está bien reducida, ligada y sin tropezones, que nos pide a gritos echar pan al plato hasta dejarlo limpio. Ovación y vuelta al ruedo.
Para terminar nos atrevimos con un trozo de tarta de queso casera. Preguntamos si se trataba de una tarta cremosa, a lo que respondieron afirmativamente. Quizá no supimos explicar exactamente el grado de cremosidad al que nos referíamos, porque la tarta era sólida, aunque con esa textura bamboleante que suelen tener los flanes. Un postre correcto, pero nada memorable.
Las niñas que nos acompañaron, pudieron disfrutar de la parte infantil de la carta. Un simpático castillo de arroz con tomate y salchichas, y un variado de fritos, todos caseros a excepción de las típicas mini empanadillas congeladas. Estos platos no los llegué a probar, pero las pequeñas compinches quedaron muy complacidas.
Como postre, dieron buena cuenta de un brownie de chocolate con helado de vainila, graciosamente presentado en dos porciones y adornado con una torre eiffel de chocolate.
El personal del restaurante, muy rápido y dinámico, en constante movimiento y sin dejar de atender las necesidades de todas las mesas de forma muy amable y cordial. Matrícula de honor.
La cuenta final, de 202,30 euros, más alta de lo habitual, pero acorde a la gran cantidad de platos y bebidas que pudimos probar, hacen que la relación calidad-precio del restaurante, sea extremadamente buena.
Como conclusión, me parece que es de agradecer que este tipo de negocios de larga tradición, traten de modernizarse e incluir nuevas preparaciones atractivas y acordes a los tiempos que corren, pero la verdad es que, al final, lo que en mi caso termina por enamorarme, es la perfecta ejecución de los platos clásicos, donde no hay trampa, cartón ni fuegos artificiales y sí encontramos producto y una mano experta detrás que sabe perfectamente lo que está haciendo.
Tipo de comida: Española
Dónde: Calle Seseña, 18
Teléfono: 915183714
Web: https://cenasmagicas.es/
Precio medio: 25 €
Terraza: Sí
Valoración: 8,5/10