Cuando los españoles queremos referirnos a algo de cierta antigüedad, solemos utilizar expresiones como «más viejo que Matusalén» o «de tiempos de Maríacastaña». Una expresión que, paradójicamente, da nombre a uno de los negocios más jóvenes de nuestro barrio.
Y digo que es paradójico porque podría evocarnos una cocina tradicional, chapada a la antigua y llena de clásicos de nuestro recetario. Nada más lejos de la realidad. Comencemos.
Hoy visitamos Maríacastaña, un enorme restaurante con una luminosa y agradable decoración, dos amplios salones y una cocina semiabierta que nos permite ver cómo trabajan sobre una parrilla de carbón.
Dispone de una pequeña terraza adosada a la acera y separada de la calzada con una cristalera que hace el entorno un poco más amable separándonos mínimamente del tráfico de vehículos.
Recientemente, alguien me pidió que, de cara al verano, preguntase por los tintos de verano que sirven en los restaurantes. Como intento ser obediente, así lo hice. Pregunté si lo hacían ellos y la respuesta fue afirmativa, llegando a la mesa servido en una bonita jarra «tarro» de estética muy moderna. Lamentablemente, el resultado, dulce en exceso y carente de gas, dejó mucho que desear. Como tapa, una minihamburguesa precocinada que nos sirve para ir matando el gusanillo.
La carta, adaptada a los tiempos que corren, se maneja perfectamente desde nuestro dispositivo móvil. Como dato curioso, podremos seleccionar los platos que deseamos pedir, agregándolos a una lista que posteriormente podemos «cantar» al camarero. Francamente cómodo.
Tienen una cantidad de platos bastante extensa, con varios entrantes, ensaladas, hamburguesas, pizzas, carnes… Personalmente este tipo de cartas me abruman. Prefiero un local con una variedad reducida de platos en los que se advierta cierta personalidad en el restaurante. Muchas opciones no siempre es sinónimo de mejor.
Gracias a que en esta ocasión me acompañaron cuatro compinches, pudimos abarcar bastante a la hora de elegir. Nos decantamos por cinco entrantes y dos principales, todo a compartir, y pese a que el camarero nos advirtió de que la cantidad podría ser demasiada, no nos echamos para atrás y decidimos atacar con todo el hambre que llevábamos.
En primer lugar pedimos una tempura de verduras acompañada con un alioli de pera. Como por desgracia viene siendo habitual en cada vez más restaurantes, las verduras eran congeladas, aunque fritas en aceite limpio y sin exceso de grasa. El alioli, ni sabía a ajo, ni sabía a pera. Una mayonesa ligera, sin más.
A continuación nos llegó una ración de huevos rotos, supuestamente camperos, acompañados de unas buenas lonchas de jamón ibérico de cebo.
Las patatas son de un grosor considerable, restando finura al plato. Los huevos que las cubren, están hechos a la plancha en lugar de fritos, que no está mal, pero se agradecería una rica puntilla que siempre le da un toque especial y crujiente al paladar. El jamón cumple con lo prometido, siendo de una calidad más que aceptable.
Nos arriesgamos con una focaccia de vieras y pimientos asados. El pan, aparenta ser también precocinado y no tiene la magia crocante y esponjosa de una focaccia casera. El pimiento se come el sabor de las vieiras, pasadas por la plancha y ya de por sí bastante insípidas. Un plato muy prescindible que no aporta nada.
Acto seguido nos presentaron en una vaporera de bambú un par de baos, de dimensiones considerables, rellenos de carrillada de cerdo. El pan no está nada conseguido y se había pegado a la tapa de la vaporera, lo que hizo que la parte superior se «despellejase». La carne, tierna, jugosa y totalmente sosa. Otro plato decepcionante que pasó sin pena ni gloria por nuestra mesa.
Se nos empezó a amontonar el trabajo cuando trajeron una parrillada de carne, acompañada de patatas y ensalada aliñada con una salsa blanca, tipo ranchera. La calidad de las carnes (pollo, cerdo, ternera, chorizo rojo, chorizo criollo y morcilla de cebolla), es correcta. Sin embargo, el punto de cocción de cada una de las piezas, estaba muy lejos de ser óptimo. Pollo algo seco, chorizos y morcilla crudos, y la sensación de que lo ponen todo al mismo tiempo en la parrilla sin dedicar la atención y tiempo que merece cada producto.
Mientras luchábamos con la carne, apareció una ensalada de tomate rosa con caballa, cebolla morada y aceite de oliva virgen.
El tomate, cortado en enormes gajos, era de la variedad rosa a la vista. Su textura, ligeramente arenosa y su temperatura, fría en exceso, hacen que no tenga aroma y sabor. La caballa, bastante buena y en lomos prácticamente enteros.
Para finalizar, pedimos el costillar al estilo «Maríacastaña», por aquello de probar el único plato que lleva el nombre del local.
El veredicto fue unánime y todos quedamos realmente complacidos con estas costillas, muy tiernas, jugosas, que se desprendían totalmente del hueso sin ningún esfuerzo y que están cubiertas de una salsa ligeramente dulce que carameliza bien en el exterior. Sinceramente, he comido en los típicos restaurantes americanos especializados en costillas, en los que el resultado no era tan bueno como en este caso. Esta es una opción muy recomendable.
En vista de que habíamos comido por encima de nuestras posibilidades hambrunas y de que ninguno de los postres que ofrecen son caseros, preferimos saltarnos el final dulce de la cena.
Se agradece el esfuerzo que realizan en presentar bien los platos, con distintos tipos de vajilla, bien montados y agradables a la vista. Todas las raciones son realmente grandes y garantizan salir sin hambre. Sin embargo, todo carece de personalidad y toque casero, dando la sensación de estar comiendo productos de franquicia, sin una mano en la cocina que les de el cariño necesario.
La cuenta, de 109 euros con un par de bebidas por persona y siete platos consumidos, es más que económica.
Tipo de comida: Española e internacional.
Dónde: Calle Yébenes, 150
Teléfono: 911541116
Web: http://restaurantemariacastaña.es/
Precio medio: 15-20 €
Terraza: Sí
Valoración: 5.5/10