6 de octubre de 2024

Las Murallas. Tradición y dieta mediterránea con aroma a congelador.

Dicen que somos animales de costumbres y seguramente sea cierto. Las tradiciones nos hacen sentir cómodos y seguros, lo que llevado al mundo gastronómico y en concreto a nuestro barrio, se traduce en raciones típicas, de toda la vida y sin posibilidad de fallo. ¿O tal vez no?

Hoy visitamos Las Murallas, un bar restaurante que lleva con nosotros desde 1985 y que recientemente ha unido su nombre a la franquicia Cruz Blanca. Esta cadena de restaurantes, tiene una merecida fama adquirida sobre todo por su local de Vallecas, ganador de varios premios gastronómicos, incluido el de mejor cocido madrileño de España en 2009, casi nada.

En esta ocasión, tres voluntarios me acompañaron a la correspondiente visita. Con la potente imagen de la Cruz Blanca detrás, teníamos muchas ganas de probar la carta de Las Murallas, así que reservamos mesa en su amplia terraza y nos dispusimos a degustar, que es lo nuestro.

Antes de empezar a comer, pedí un doble de cerveza, con una buena temperatura y muy bien tirado. Olvidé por completo preguntar la marca, aunque en la carta casi todo lo que aparece es Cruzcampo. La verdad, no soy nada fan de esa marca porque son cervezas demasiado suaves, pero puedo garantizar que la que me sirvieron tenía cuerpo suficiente como para no defraudar.

Como cortesía, me sirvieron una generosa tapa con una alita de pollo adobada y un par de trozos de queso suave.

La mesa estaba vestida con un mantel de tela, algo que se agradece hoy en día por lo poco habitual. Al quedar inaccesible el código QR que permite leer la carta, nos la trajeron en formato papel para que pudiéramos decidir.

Preguntamos las especialidades de la casa y más allá de recomendarnos la fritura de pescado, no quisieron mojarse con nada más, razonando que cada persona tiene sus gustos. En un momento dado terminaron por decirnos que todo estaba bueno y que podíamos pedir la ensalada de pimientos, la oreja, las patatas con salsas…

Consultamos si existía la posibilidad de pedir medias raciones y la respuesta fue afirmativa. Música para nuestros oídos, ya que esta opción siempre nos permite probar más variedad. Tomamos nota y nos lanzamos al ataque.

En primer lugar llegó la ensalada de pimientos asados, tomate y ventresca. Los tomates eran de aspecto impecable pero de nulo sabor, mientras que los pimientos estaban ligeramente duros y no les habría venido mal media horita más en el horno. Una ensalada muy normal, sin nada destacable y coronada con un hilo de reducción balsámica con un regusto industrial que solo le resta frescura al plato.

A mitad de ensalada, llegaron el resto de raciones de golpe, lo que nos complicó un tanto la logística de la mesa.

Como buen croquetero que soy, me lancé en primer lugar a por la croqueta de jamón ibérico. La fritura se les había pasado un pelín y estaba al borde de generar carbonilla. Se salvó por los pelos de llegar a quemarse, pero de lo que no se salvó es de ser una croqueta realmente sosa. Ni sabor a jamón, que desde luego no era ibérico, ni sabor a ninguna otra cosa. La masa, bastante compacta, estaba lejos de la cremosidad de una buena croqueta.

Acto seguido, tiré a por otra de mis debilidades gastronómicas, los calamares de potera. No es fácil encontrarlos en los bares de Aluche porque su precio es más elevado que el de las anillas de calamar (falso calamar, pues se trata de pota).

Estaban bien fritos, con una ligera capa de harina y aceite limpio. El sabor y la textura no dejan lugar a dudas y realmente se trata de calamar, aunque, al igual que con las croquetas, la sal no hizo acto de presencia dejando el plato ligeramente soso.

Nuestra cara cuando sirvieron las patatas con dos salsas realmente fue un poema. Hacía muchos años que no me ponían delante un plato tan desastroso. Unas patatas congeladas de ínfima calidad y cubiertas con un poco de salsa de tomate y un chorro de alioli industrial. Nunca en toda mi vida he devuelto un plato y en esta ocasión me lo planteé muy seriamente. Terrible.

Finalmente atacamos una ración de oreja a la plancha. Simplemente correcta, en trozos algo toscos, pero tierna. En ciertas zonas se había requemado y no la acompañaron con ninguna salsa picante, como suele ser típico en otros sitios.

A estas alturas nuestra decepción era notable. No es que tuviéramos unas expectativas demasiado altas, pero, la verdad, esperábamos un cierto rastro de una mano casera detrás de los platos, algo que no notamos en ningún momento.

Decidimos que debíamos pedir algo más para despejar dudas, así que nos aventuramos con la hamburguesa gourmet, que compartimos entre los cuatro.

Nos la sirvieron acompañada de las peores patatas fritas que he probado en mi vida, superando incluso a las que nos habíamos comido antes. Congeladas, mal fritas y sosas. Se quedaron en el plato, como supongo que les sucede cada vez que las llevan a una mesa.

En cuanto a la hamburguesa en sí, la carne es de buena calidad y está cocinada al punto. Sin embargo, el montón de cebolla caramelizada que le ponen encima, enmascara todo su sabor y anula cualquier virtud que pudiera tener. Una loncha de queso, un par de tiras de beicon ligeramente pasado por la plancha y un poco de ensalada «mezclum», terminan de vestir un plato que cuesta la friolera de quince euros.

No me gusta hacer críticas negativas y siempre pienso que en cualquier sitio pueden tener un mal día, pero en este caso no hubo errores en la ejecución de los platos en la cocina (aparte de la ausencia de sal), sino que el diseño de los mismos no me parece el adecuado para el concepto que se intenta vender de comida casera y de calidad.

Como punto positivo me llevo la amabilidad y disposición de las camareras en todo momento, siempre atentas y rápidas en su servicio. También hay que valorar que la terraza es realmente agradable, pegada a una calle poco transitada y tranquila, lo que la hace muy buena candidata para tomar el aperitivo previo a la comida o cena, ya que, como he comentado anteriormente, la tapa que me ofrecieron era generosa en tamaño y calidad.

Para finalizar, tuvieron un estupendo detalle al acompañar la cuenta de unos bombones helados que pusieron un final dulce a una experiencia decepcionante.

Un ticket final de 83 euros, hace que la relación calidad-precio sea bastante pobre. Me quedo con la sensación de que, tal vez, no hayamos pedido lo mejor que esconde la carta de este restaurante, que puede tener su fuerte en los platos de cuchara tradicionales. Espero resolver esa duda en un futuro.

Tipo de comida: Española

Dónde: Calle Camarena, 99

Teléfono: 917193723

Web: https://cruzblancaretiro.es/aluche/

Precio medio: 20 €

Terraza:

Valoración: 4/10

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