El ser humano del siglo XXI se ha vuelto extremadamente cómodo. Internet ha sido un paso evolutivo importantísimo y se ha hecho imprescindible en nuestras vidas. A través de la red realizamos nuestras compras, mantenemos el contacto con nuestros seres queridos, ligamos (bueno, algunos lo hacen y otros simplemente lo intentamos) e incluso, a veces, compartimos nuestros pensamientos y experiencias como estoy haciendo en este mismo momento. Por supuesto, los restaurantes no iban a ser menos y ya son muchos los que prescinden de un salón y se dedican casi en exclusiva a la venta a domicilio.
Hoy nos toca conocer Il Fuoco, un nuevo negocio con apenas un mes de vida en nuestro barrio. Con un minúsculo local que apenas da cabida a 4 mesas, principalmente se centra en plataformas de restauración que nos llevan la comida cómodamente a nuestra casa.
Comenzamos con nuestra clásica cerveza de aperitivo, de grifo y tirada con muy poca gracia, sin rastro de nube carbónica y mucho menos de crema en su superficie, está claro que en este arte todavía tienen mucho margen de mejora. Nos sirven una tapita de aceitunas muy sabrosas para ir haciendo hambre.
Mis tres compinches y yo analizamos la carta con un hambre desmedida. Estamos en un restaurante italiano y sus platos cumplen con lo que uno espera de un lugar así.
Nos atrevemos en primer lugar con una burrata a la trufa, colocada sobre una cama de rúcula y acompañada de tres montoncitos de tomate rallado, que le aporta un frescor de lo más agradable. Un plato sencillo, pero resultón, muy recomendable como entrante ligero.
A continuación pudimos probar una provoletta al horno. De tamaño bastante reducido, se presenta en una sartencita con una base de un tomate con hortalizas de sabor muy parecido al pisto manchego y coronada con un tomatito cherry. Otra opción muy válida como entrante que no defrauda.
El queso fundido no sería lo mismo sin pan para acompañar, así que atacamos con ferocidad la cesta de colines que nos ofrecieron. A ver, los grissinis no son nada del otro mundo, pero los picos más pequeños… esos son una maravilla. Hechos con la misma masa de la pizza, crujientes por fuera, esponjosos por dentro y todavía calentitos, hubo que contenerse para no comérselos todos de una sentada.
El siguiente asalto lo dedicamos a unos ravioli rellenos de carne. Cubiertos por una salsa blanca de sabor muy neutro, estaban decorados con un par de trozos de tomates secos. A mi modo de ver, una vez troceados y mezclados esos tomates junto con la salsa, el plato gana bastante, potenciando su sabor general. La pasta en sí, bastante genérica. Típico relleno difícil de identificar, aunque agradable en textura y sabor.
Lo siguiente en aparecer por la mesa fue una ensalada de salmón ahumado y mozzarella fresca. La base, el típico «mezclum» que podemos encontrar en cualquier supermercado, estaba muy fresco. La calidad del salmón, más que aceptable. Una buena ensalada si queremos rebajar la potencia de los demás platos o estamos a plan, algo que debo plantearme muy seriamente tras medio año de reseñas gastronómicas.
Llega por fin el turno de los platos que ocupan la mitad de la carta, las pizzas de 30 centímetros de diámetro.
La primera en llegar es la «Foresta di setas«, muy recomendada por la simpática camarera que nos atendió. Con una base sin tomate, bien cubierta de setas, trufra y un delicioso y cremoso huevo con un punto perfecto en su cuajado. Nos pareció que la masa habría agradecido un minuto más de cocción, pues estaba algo pálida y le faltaba un toque crujiente, aunque el cocinero, muy amablemente, nos indicó que la preparación es así adrede para evitar que el resto de ingredientes se pasen de punto en el horno.
Pedimos también una «Pepperoni» picante. Con una generosa cantidad de rodajas de este salami, personalmente fue la pizza que más me gustó. Esta vez sí, bien dorada, con la masa fina y crujiente en los bordes, aunque con un nivel de picante que no satisfará a los paladares más curtidos. También tienen una versión «infantil» con pepperoni dulce.
Como ya he dicho al principio, llegamos con un hambre voraz, así que pedimos una tercera pizza, en este caso «Barbacoa«. Es una de las variedades favoritas de mis compinches a la hora de visitar pizzerías, aunque yo no le veo mucha gracia.
Servida con pollo deshilachado y cubierta con una salsa barbacoa de sabor industrial, la masa también estaba en su punto, aunque como ya he dicho, no disfruto especialmente de estas preparaciones donde la salsa se come el resto de sabores.
Para finalizar, dos postres. Una tarta de dulce de leche, en formato individual, cremosísima y bastante mejor en sabor que en presentación. Por otro lado, una «cookie» de chocolate hecha al horno y acompañada de una bola de helado, que estaba en su conjunto muy rica y puso un final perfecto a la cena.
El ticket, teniendo en cuenta todos los platos y bebidas que pedimos, es realmente económico, siendo el total de 81.50 euros a repartir entre cuatro comensales.
Un restaurante muy chiquitito pero coqueto, perfecto para una cena en pareja si reservamos previamente, pues el aforo es muy limitado. La atención que nos brindaron, muy cercana en todo momento, pudiendo comentar con la camarera y el propio cocinero lo que nos estaba pareciendo la comida. Nos hicieron saber que disponen de menú diario en el que se elabora como postre fijo un tiramisú casero que tendremos que acercarnos a probar otro día.
Tipo de comida: Italiana.
Dónde: Calle de Ocaña, 112.
Teléfono: 910161975
Web: No tiene. Aparece en plataformas de comida online.
Precio medio: 15 – 20 €
Terraza: No
Valoración: 6.5/10