La mitad de mi familia procede de Cantabria. Concretamente la rama paterna y más concretamente de un pueblo en mitad de un valle, que se ha dedicado históricamente al ganado vacuno. Mi padre, criado en ese pueblo en la década de los 50, ya hacía su particular Degustando Cantabria a la hora de elegir en qué casa comía cada día. Con mis abuelos buscándose la vida en Madrid, mi padre podía escoger plato para degustar en cualquiera de las numerosas cocinas de sus familiares. Él, medio en broma, medio en serio, siempre decía que acababa escogiendo la casa en la que le ponían el filete más grande.
Ahora que ya han pasado cinco años desde que mi padre nos dejó, veo Cantabria como un lugar lejano al que ya no me une prácticamente nada pero que siempre formará parte de mí. Los veranos de la infancia pasando el puerto del Escudo mientras bajaba las ventanillas para oler su tierra, aquellos paseos en bicicleta para colarme en el parque de la naturaleza de Cabárceno, esos maravillosos pinchos de tortilla en la playa del Puntal en Santander, las escapadas a Santillana del Mar y esos inmensos prados verdes salpicados con hórreos, quedarán por siempre en mi memoria.
Tendréis que disculpar esta introducción tan sentimental, pero hoy nos toca visitar El Hórreo y no he podido evitar verme sacudido por un torrente de imágenes de valles, montañas y vacas, muchas vacas.
El Hórreo es una pequeña sidrería ubicada en los aledaños del parque Aluche. Tiene dos puertas de acceso, una a cada lado del local y una barra en forma de U que abarca casi la mitad de su superficie. Apenas cinco mesas dan acomodo a los clientes que se acercan a comer o cenar, todo con una decoración bastante rústica, acorde al nombre del negocio.
Disponen de sidra natural con escanciadores individuales que podemos utilizar en las mesas, pero como no soy nada amante de esta bebida de manzana, pedí mi típico doble de cerveza para empezar. Bien tirado y fresquito, me lo sirvieron acompañado de una abundante tapa a base de chorizo frito. Buena manera de dar comienzo a la degustación.
Escoltado por mis dos compinches, pedimos la carta para ver qué nos seducía de entre sus opciones, aunque se nos avisó de antemano que no tenían callos, lacón o cecina para rellenar uno de los cachopos que se ofertaban.
Finalmente nos decidimos por probar las patatas al Cabrales, el cachopo tradicional, una ración de oreja y otra de croquetas de bacalao. ¡Al lío!
Cabe destacar que en el bar había una única persona haciendo todas las funciones. Sirve las bebidas en barra, prepara la comida en la cocina y sirve y recoge las mesas, todo ello sin que el tiempo de espera sea algo reseñable. Da gusto ver trabajar a alguien organizado y con décadas de experiencia a sus espaldas.
Nos llegaron las patatas al Cabrales en un plato mediano y recién fritas. Se trata de patata natural con un corte grueso y bañada en una salsa extremadamente líquida con un sabor suave a Cabrales. El sabor general del plato es bueno, aunque las patatas pierden gracia al no quedar ni rastro de una textura crujiente después de absorber la salsa.
A continuación nos sirvieron el cachopo tradicional, servido en un plato de pizarra con un puñadito de patatas fritas y tres pimientos del piquillo de guarnición. El cachopo era tierno y con buen sabor, pero con un empanado francamente mejorable y un relleno que, en el caso del queso, se había volatilizado y del cual apenas quedaba rastro. Punto negativo para los pimientos, que aún siendo de buena calidad, estaban recién sacados de la nevera y habrían agradecido un golpe de calor para que el contraste con la carne no fuera desagradable.
Seguimos con la oreja a la plancha. Servida también en un plato mediano, es una de las mejores orejas que recuerdo haber probado en el barrio. Da la sensación de que la cuecen bastante ,antes de pasarla por la plancha, lo que hace que esté muy tierna, melosa y con una ligera costra que carameliza su capa exterior. Además está adobada en una buena cantidad de pimentón ligeramente picante, que hace que cada bocado sea un absoluto placer.
Para finalizar, la decepción de la jornada en forma de croquetas de bacalao. Si parece industrial, huele a industrial y sabe a industrial, la ecuación no suele fallar: es industrial. Poco más que resaltar de un plato absolutamente prescindible salvo que se tenga un antojo terrible de croquetas y mucho hambre.
Pedimos la cuenta, que hizo un total de 59,50 euros a repartir entre tres personas. Un precio medio tirando a alto, sin duda consecuencia de haber pedido el cachopo. El resto de platos son bastante más económicos.
Como último apunte, debo decir que El Hórreo hace fabadas asturianas de encargo. Si bien no he podido probarlas, he visto alguna foto por internet que hace pensar que merecen la pena.
¿Tienen opciones sin gluten?
La carta tiene correctamente marcados los alérgenos, auque los platos que llevan gluten no se adaptan.
¿Tienen opciones vegetarianas o veganas?
No.
¿Es accesible el local para sillas de ruedas o carritos de bebé?
Es accesible pero muy limitado en su espacio debido a la estrechez entre mesa y mesa. Convendría llamar previamente para reservar la mesa que permita mayor comodidad en ese sentido.
¿Qué opinan los compinches?
Target25: «No encuentro el queso del cachopo por ningún sitio». «No soy de comer oreja, pero ésta, está cojonuda». Puntuación – 6.
Kata Kimura: «La verdad es que hoy me marcho a casa con un poco de hambre». «Todo bien en general». Puntuación – 6,5
Tipo de comida: Española – Asturiana.
Dónde: Calle Quero, 53
Teléfono: 917171082
Web: https://www.facebook.com/El-Horreo-de-Aluche-102352958152534
Precio medio: 15 – 20 €
Terraza: No.
Valoración personal: 6/10
A mi me decepcionó un poquito el cachopo. Lo recordaba mucho mejor.
Bien atendido, como siempre. Buenas tapas. Nos pusieron un caldo con la cerveza que supo a gloria
Soy un habitual del Horreo y creo que tuvisteis mala suerte en la elección ya que las croquetas son lo peor de su carta. Os dejasteis los mejores platos que son las bravas y los callos.
Acertasteis con la oreja, que si además la pedís con salsa brava es sublime.